Una entrevista con César Mallorquí

La aparición en 2016 de “Trece Monos” es una buena ocasión para rescatar una entrevista con César Mallorqui, en julio de… hace aproximadamente 20 años.

Se titula “El Círculo de Jericó”, y es uno de esos raros libros tocados por la magia, uno de esos libros que dejan un sabor demasiado precioso como para dejar que se escape. Tal vez si su autor se llamase Ray Bradbury, o Isaac Asimov, habría sido traducido a varios idiomas, habría recibido elogios, habría circulado entre un número mucho más amplio de lectores. Y tal vez su autor se nos hubiese escapado. Pero por suerte César Mallorquí no se nos escapó. Aún envueltos en la magia de “La Casa del Doctor Pétalo”, el ÚLTIMO relato que DEL el volumen (y quizá la mejor historia de la ciencia ficción española), aún vencidos por la sorpresa de estos extraños laberintos tejidos a caballo entre el planeta Borges y el planeta Bradbury, pudimos acercarnos a este misterioso madrileño para intentar desvelar lo que de por sí ya es una especie de misterio: un autor español escribiendo ciencia ficción. Y además excelente. Excelente ciencia ficción y excelente literatura: la literatura que se paladea, la literatura que hace soñar, la literatura que abre extrañas puertas a extraños mundos.

 

…”de alguna forma, todos hemos estado en Mansión, o hemos percibido, o hemos sentido Mansión alguna vez, y creo que ese arquetipo de Mansión, para mí, es el gran hallazgo del relato: un lugar donde se funden todos los lugares hermosos del Universo. Es el Paraíso, – o el Infierno -, es… nuestra infancia, o quizá la infancia era Mansión. Cuando éramos niños, una puerta podía abrirse a un mundo fantástico, y luego, desgraciadamente, cuando nos hacemos adultos esa puerta se abre a la cocina, o al wáter. Recuerdo un relato de Robert Heinlein, un autor que no me gusta demasiado, pero ese cuento sí: “Una puerta al verano”. Cuenta la historia de un señor que tenía un gato. Cuando llegaba el invierno, le abría la puerta para que el gato saliese, pero el gato veía la puerta y salía corriendo a la puerta de atrás, porque creía que esa puerta daba al verano. Me parece cautivadora la idea de que una casa pueda tener una puerta al invierno y otra al verano. Creo que todos, en algún momento, hemos cruzado una puerta que no pensábamos cruzar, y nos hemos encontrado en un mundo terrible, o maravilloso.

 

  • Debo confesar que, con la muchacha que protagoniza “La Casa del Doctor Pétalo”, yo crucé enseguida esa puerta cotidiana del salón, y con ella pasé al pasillo central que da a Mansión.
  • En “La Casa del Doctor Pétalo” yo quería recrear una sensación: una sensación real que, supongo, todos hemos tenido alguna vez. ¿No has tenido nunca la impresión, al entrar en un sitio donde has estado de niño, de que no ha pasado el tiempo? ¿de que todo sigue estancado? En otros sitios no, todo lo demás cambia, pero en esos lugares tu niñez permanece. Por un lado recuperas todo lo que has perdido, pero por otro eres distinto. Ese choque despierta la melancolía, pero ese espacio es real. Entonces yo pensé: ¿por qué no construir un escenario que estuviera plagado de esos espacios donde nada cambia, donde todo permanece estable, donde todo es tal y como fue, y seguirá siendo así para siempre?. En el fondo, no creo que sea una idea deseable. Tal vez los dos primeros milenios podría ser agradable, pero después podría ser un sitio terrible.
  • Enlazo la lectura de tus relatos con otros textos clásicos de la ciencia ficción, y en todos veo la expresión de una profunda melancolía.
  • La ciencia ficción habla mucho del futuro, pero sin duda hablar del futuro significa hablar del pasado, por lo menos como referente. Es la idea del tiempo como paso inexorable que todo lo destruye, pero que a la vez deja rastros de algo; un derrumbe prolongado que va amontonando cosas dentro de nosotros mismos, en el pasado, que a la vez proyectamos hacia el futuro. No es tristeza, es melancolía lo que hay entre esos restos. La ciencia ficción da la opción de expresarla con una voz nueva. Y en “La Casa del Doctor Pétalo” el escenario que propongo es tan vasto, tan abrumador… a fin de cuentas es un escenario muerto, en el cual las cosas no están vivas, naturalmente ni siquiera son, son el recuerdo de algo que fue. Algo que también me ha atraído siempre son los cuentos de hadas…
  • Y tus relatos guardan un claro sabor de los cuentos de hadas
  • Claro, porque son siempre terriblemente melancólicos. La Bella y la Bestia, por ejemplo, pero también “La Bella durmiente”: esa idea de un pueblo, de un reino que se queda dormido, y la hiedra que crece en torno a las personas … es tremenda, es una sensación tremenda. Y es el tipo de sensación que yo intento reflejar, de una manera más adulta quizá, en mis relatos.
  • Y sin embargo yo encuentro en ellos otra cualidad: la de ser absolutamente creíbles.
  • Este es un motivo de discusión que yo tengo abierto con otros colegas. H.G. Wells decía que un relato fantástico debe contener un elemento fantástico y nada más que un elemento fantástico. Todo lo demás debe ser real. En la ciencia ficción no es así. El mundo que recrea está tan alejado de tus coordenadas que debes hacer casi un acto de fe intelectual para aceptarlo. Yo prefiero partir de la realidad, o ni siquiera de la realidad, de la cotidianidad de unos personajes, y sobre ellos construir lo fantástico. Hay una razón de peso: el contrapunto. Si tú a algo fantástico le añades algo más fantástico consigues un efecto. Pero si tú en algo cotidiano introduces un elemento fantástico, ese elemento fantástico se potencia, precisamente por el entorno cotidiano en que se encuentra. Por ello, ni uno sólo de mis relatos ocurre en el futuro, o en un entorno reconocible como tal futuro En mis relatos no hay robots, no hay naves espaciales, no hay marcianos. Hay personas normales, circunstancias no tan normales.
  • Y una de las características parece ser la ternura que el autor siente hacia esos personajes.
  • Siempre. Mis personajes no me tienen que asombrar ni sorprender ni maravillar por su inteligencia ni por lo que dicen. Nunca son grandes científicos, ni gente poderosa. Pero sí me tienen que resultar tiernos, me tienen que resultar humanos. Me gusta, o intento construirlos, de manera que resulten entrañables al lector. En el caso de “La Casa del Doctor Pétalo” es evidente: ¿quién no ha conocido alguna a una chica como esa?
  •  Entiendo que es un modo de buscar tu propia voz.
  •  Un intento al menos. Yo intento desmarcarme de los demás, considero fundamental tener una voz propia. Intento decirle a los que no gustan, a los que odian incluso el género, que intenten leer lo mío, aunque sólo sea para darse cuenta de que hay cosas diferentes, lejos de los estereotipos. Ursula K. Leguin dijo que la ciencia ficción era la ficción disciplinada. A mí no me gusta esa definición en la medida en que ficción disciplinada es todo, es Romeo y Julieta. Yo la corrijo ligeramente y digo que la ciencia ficción es la fantasía disciplinada. La buena ciencia ficción aporta un rigor a la fantasía, algo así como si le dijese: mira, tú inventate lo que quieras, dame los puntos de partida más fantásticos, absurdos o surrealistas que quieras, dime cuáles son: son éste, éste y éste. Vale, pues a partir de este momento, cuando te pongas a escribir quiero que todo se atenga a ese criterio. Emplea esos elementos irreales, pero empléalos con lógica, no me subviertas la lógica, no me rompas tu juego. Una vez establecidas esas premisas, lo que hace la buena ciencia ficción es interrogar: vamos a ver qué pasa. Por ejemplo, ese relato de Saramago donde una epidemia deja a la humanidad ciega. Existe una novela de ciencia ficción previa, es “El día de los Trífidos” de John Wyndham, que parte de la misma premisa. Toda la humanidad se queda ciega, todos menos unos pocos. Es una novela preciosa, es una novela apocalíptica. La única que te describe un apocalipsis y en la que al final, sin embargo, los protagonistas llegan a la conclusión de que a fin de cuentas todo ha sido bastante divertido. Ese “qué pasaría” es el campo de batalla de la ciencia ficción: enfrentarse a la extraño, afrontar ideas nuevas y ver en qué medida afectan al ser humano. Sin el ser humano, la ciencia ficción, como cualquier otro género, carece por completo de interés. Hay una novela maravillosa que lo ejemplifica. Está escrita por alguien, como Bradbury, muy dado a la melancolía. Se llama Clifford Simak, y es uno de mis autores preferidos. La novela se titula “Ciudad”, y en ella la humanidad, en un momento dado, hace evolucionar a especies inferiores. A los perros, por ejemplo, los dota de inteligencia. Pero justo cuando la humanidad ha alcanzado el desarrollo tecnológico que permite, por manipulación genética, crear una raza de perros inteligentes, la humanidad se va, se va a otro sitio, desaparece. Lo que queda es una sociedad de perros alterados que sienten una inmensa nostalgia del hombre, desean estar con el hombre, el fin de sus vidas es reencontrar al hombre porque han perdido una parte de su ser en el momento en que el hombre se ha ido y los ha dejado. Una vez más, la ídea de pérdida, la melancolía.
  • ¿Y la ciencia? ¿qué papel juega aquí la ciencia? ¿has llegado a la ciencia ficción por interés en la ciencia real?
  • De entrada, no soy científico. Mi formación es humanista, pero la Ciencia me ha interesado mucho en la medida en que no podemos entender el mundo actual sin la Ciencia. La Ciencia ha hecho avanzar el pensamiento no sólo en sus aspectos técnicos, que es lo que tendemos a ver, no soló es la invención de la bombilla eléctrica o de las naves espaciales, que son consecuencias muy llamativas de la Ciencia, pero la Ciencia sobre todo nos ha hecho cambiar el pensamiento. Es decir, el hombre medieval era un un hombre que aceptaba lo sobrenatural, y aceptaba el determinismo de un destino, de un futuro, de su propia realidad con un sentimiento fatalista de la vida. El hombre moderno que surge de la Revolución Industrial es relativista, duda. Ahora nada está tan claro. Dios está de lado, la teoría de la relatividad dio paso al cubimo, porque no hay un solo punto de vista, hay muchos puntos de vista. La realidad depende del punto de vista del observador, y así el pintor se plantea observar la realidad desde todos los puntos de vista Esas ídeas científicas a veces son muchísimo más abstractas y plantean interrogantes muchísimo mayores que las respuestas que por otro lado puedan encontrar. Hasta la mecánica newtoniana el Universo era una máquina ajustada, que funcionaba como un reloj, era determinista; luego llega Einstein y dice que hasta cierto punto es verdad, pero no del todo, es un reloj que funciona de diferentes maneras según lo contemples de un lado o de otro, es decir, no hay una única visión de la realidad, y luego llega la llamada física cuántica y da un paso tremebundo más allá, y dice: quizá no dependa de dónde mires, sino que depende de cómo lo miras; algunas conclusiones de la mecánica cuántica llegan a afirmar que nosotros creamos el universo en la medida en que lo observamos: claro, eso es ya casi religión, casi mito. La ciencia es un medio de acercarse a la realidad. Si la realidad es un bloque de cemento, cuadrado, cúbico, la ciencia lo pondrá ante tí como tal y encontrará una serie de fórmulas que lo describan, pero si la ciencia te dice que la realidad es multiforme, que la realidad puede depender de mil factores, y actúa en determinadas condiciones de una forma pero en otras condiciones de otra, ya no te da tanta seguridad, tanta firmeza, la realidad se convierte en algo tangencial, con lo cual ya no hay determinismo, simplemente puntos de vista, criterios no absolutistas y entonces yo creo que a partir de ahí la ciencia puede llegar a convertirse en una forma de poesía.
  • Y al fundirse ciencia y poesía nos encontramos con un género, la ciencia ficción, que parece dotado de capacidad ilimitada para recrear otros géneros..
  • En mi opinión ocurre así porque, a diferencia de otros géneros, la ciencia ficción carece de unas coordenadas perfectamente delimitadas: ninguno las tiene perfectamente delimitadas, pero los de la ciencia ficción son extraordinariamente difusas: a mí me gusta mucho en mis relatos investigar esas zonas de frontera. Frontera entre géneros hasta no poder saber si esto es ciencia ficción o no lo es. Mi última novela “El coleccionista de sellos” es una novela de ciencia ficción, ha ganado un premio de ciencia ficción, y sin embargo es también una novela policiaca, pero clásicamente policiaca. Un investigador de policía está investigando unos asesinatos en el Madrid de 1939, al final de la Guerra Civil española. Toda la parte visible de la narración es básicamente policiaca; sin embargo su estructura es una estructura de ciencia ficción clásica, fantástica, que es la que retuerce todo el relato, la que convierte un estereotipo de relato policiaco en algo distinto: ahí es donde creo que la ciencia ficción puede aportar algo a los géneros: renovarlos. Al aportar a la novela policiaca el elemento fantástico, quieras que no algo va a pasar, le estás añadiendo algo nuevo. Yo quiero pensar, o me gusta pensar que la ciencia ficción es el realismo del fantástico. Cuando tu al género fantástico le aportas un elemento realista es cuando surge la ciencia ficción.
  •  Y más allá de los géneros, la ciencia ficción parece capaz incluso de inventar literaturas
  •  Ahí quizá sea un poco escéptico. Creo que muy pocas literaturas se han creado, y muchas se han recreado, o reconvertido. Posiblemente Lovecraft sí creó una mitología con cierta originalidad, pero muchas otras mitologías de la ciencia ficción son readaptaciones de mitologías previas. Es fácil ver en una novela ecos de la mitología celta; sobre todo a finales de los 70 y durante los 80 hubo una explosión de influencia celta en toda la ciencia ficción y la fantasía. De tal modo que, lamentablemente, creo que han matado la fuente maravillosa de mitos que es el mundo celta, única herencia no grecolatina que nos queda en Europa. Hay un autor, muerto hace poco tiempo, Roger Zelazny, cuyas novelas son en su mayor parte recreaciones de mitologías en clave de ciencia ficción. Uno de sus libros toma como base la mitología egipcia, otro la mitología hindú. Zelazny recupera los valores arquetípicos del mito en un entorno distinto, y los revitaliza de repente, cobran nuevo vigor cuando eso se produce de una forma fuerte y bien conseguida. Hay muchos , muchos otros ejemplos: Symmons, en su novela “Mundo Interior” me está recreando los cuentos de Canterbury, y el propio Zelazny recrea las sagas nórdicas en sus novelas de “Ambar” y de “Viernes el Maldito”. La ciencia ficción toma algo de fuera y lo reconvierte: es un procesador de ideas y de conceptos. Como género tiene unos cuantos temas propios, pero sólo unos cuantos, si va más allá tiene que tomar prestado de otros géneros: la ciencia fícción clásica son viajes por el espacio, viajes por el tiempo, el superhombre, la mortalidad, una serie de temas. Si concluyes esos temas, pueden surgir otras propuestas, como ha surgido el cyberpunk de William Gibson en relación con las computadoras, cuando las computadoras se imponen, pero esto ocurre de una forma muy lenta, digamos que es una aportación que el desarrollo de la sociedad le va haciendo. En realidad, cuando quiere salirse de ahí tiene que retomar, tiene que irse a otras culturas, o tiene que ir a otros géneros.
  •  Y sin embargo, a pesar de la innegable calidad de tantas obras de ciencia ficción, no es un género que haya conseguido transpasar la barrera de cierto prejuicio por parte de la crítica, e incluso del lector, al menos en este país, ¿cómo te lo explicas?
  • Yo creo que la crítica culta, la crítica oficial, comete el error platónico del idealismo, de creer que las ideas están por encima de las realidades. Ellos fabrican la idea de género, y le dan unas coordenadas. Pero hay un elevado porcentaje de obras de género que van más allá de las  normas, es una obligación. El escritor se encuentra, cuando se pone a escribir, con un enorme bagaje de autores que han ido aportando su granito de arena, o su piedra, o su peñasco, al género. El no puede limitarse a construirse su casita con esos materiales. Tiene que aportar algo más, o por lo menos intentarlo, o dejarse la piel en ir más allá. Cuando eso sucede, cuando uno de esos autores tiene éxito y crea una obra que ni siquiera la crítica oficial puede negar, entonces los críticos hacen algo que a mí me produce una tremenda rabia, y es inmediatamente decir: no, emplea el género como  excusa para subvertirlo e ir más allá, hasta que finalmente esto no es género. Yo diría: es entonces cuando es género, es precisamente entonces cuando es género. A mí me da mucha rabia que la gente hable de “1984”, de Orwell, o de “Un mundo feliz”, de Huxley, y digan, no, esto no es ciencia-ficción. Un momento, )como que no es ciencia-ficción? Es básica e intrínsicamente ciencia-ficción. Existen muchísimas obras que están en estas coordenadas, mejores o peores, pero están ahí, esto son buenas obras de ciencia-ficción. Con lo cual ocurre algo muy sencillo y es que nos despojan de lo que es nuestro, nos quitan lo bueno y nos dejan sólo lo malo. Entonces dicen: no, no, tú escribes basura, o la ciencia-ficción es basura porque lo que no es basura ya no es ciencia-ficción. Es como un sofisma del que es muy difícil apartarse y decir, no señor, vamos a tener en cuenta qué es ciencia ficción. La ciencia-ficción trata de estos temas, tiene estas coordenadas, y funciona de esta determinada manera. ¿De acuerdo?. Bueno, pues todo lo que encaje ahí va a ser, y no me lo saque, simplemente porque no encaja dentro de su pequeña visión de lo que es el género. 
  •  Y para tener una visión amplia, ¿por dónde deberíamos empezar? En mi caso, confieso que fue Bradbury mi primera revelación.
  • La primera etapa de su obra me fascinó. Me descubrió, a una edad muy temprana, que la ciencia ficción podía ser otra cosa, muy distinta. Cuando escribe las “Crónicas Marcianas”, bueno, eso no es el futuro: son los años 30, 40, y por supuesto no es el planeta Marte. Toda esa capacidad de utilizar la ciencia ficción para hablar no sólo de la realidad, sino de dar una visión literaria de la realidad es tremendamente interesante. Uno de los escritores que considero más interesantes, Alfred Bester, tiene una novela, su segunda novela, titulada “Tigre, Tigre”, donde recrea “El Conde de Montecristo”, y juega con la idea de qué hace cambiar a una persona, en concreto en esta novela es un individuo que ha naufragado en el espacio, pasa una nave espacial, él lanza bengalas, y la nave le deja abandonado. Este hombre era el cocinero de una nave espacial, casi subnormal, muy limitado, sin ninguna cultura, pero de repente, ante ese sentirse abandonado por la nave en que había depositado su esperanza, cambia, y le hace cambiar el odio,  el odio le hace convertirse en una persona absolutamente distinta. Es una idea fuerte, es decir creo que lo que nos hace cambiar son grandes emociones más que grandes ideas. Y si una idea nos cambia es porque nos ha provocado una intensa emoción. Creo que somos seres pasionales más que intelectuales. Seres emotivos, más que racionales. La literatura es una fuente de sueños, hasta la literatura más realista, algo que muchos escritores y críticos olvidan, la literatura siempre es ficción, siempre es el sueño de alguien, un sueño más pegado a la tierra, o más alejado como en el caso de los sueños que yo pergueño. Hay una novela de un escritor inglés, Ian Watson, en que una nave espacial llega a un planeta, y ese planeta es exactamente igual a la reproducción del Jardín de las Delicias del Bosco. Es como si alguien se metiera en el cuadro y recorriera todos los paisajes. Todo lo que es un cuadro se convierte en una historia. 
  •  Hay una tradición fantástica muy interesante en el mundo hispánico que viene sobre todo de la literatura argentina. ¿Te sientes ligado a ella de algún modo? 
  • De entrada te digo que sí. En mi caso personal, cuando afronté la creación de una obra propia de ciencia ficción, de fantasía, me fijé mucho en Argentina. Creo que los argentinos han sabido adaptar la tradición fantástica anglosajona. Esta tradición es abrumadora, hoy en día la mayor parte de lo que se publica viene del mundo anglosajón. Pero los argentinos lo han sabido reconvertir muy bien. En el caso de Borges no muy bien, magistralmente. Tengo siempre un libro suyo al lado, lo leo y lo releo, sabiendo que jamás podré hacer nunca nada parecido a eso. Borges es el autor que más admiro. Es posible plagiar a Borges, pero no escribir como Borges. Y ya en España hay un autor del que me siento muy cercano, José María Merino. Me gusta mucho Merino. Comparto, o aprecio, su criterio a la hora de afrontar lo fantástico, e incluso la ciencia ficción, que él también aborda de un modo u otro en determinadas partes de su obra. 
  • Tienes experiencia también como guionista. ¿Has tocado el género en tus guiones?
  • Sí. He trabajado con “La Fura dels Baus” porque quieren promover una película para televisión. Se titula “Clone”. Hay una sociedad apocalíptica en la que la fecundación normal entre seres humanos no es posible y se tiene que recurrir a la clonación. Me gustaría promover también una pequeña serie para televisión, pero con la ciencia ficción que a mí me gusta escribir no lo veo muy factible; es decir, una ciencia ficción miniaturista en la cual las ideas fantásticas están más condicionadas por el entorno normal y cotidiano, familiar incluso. De momento son sólo pensamientos y apuntes, quizá dentro de unos pocos años lo promueva. Las televisiones son tan raras que vete tú a saber. 
  • Tú “Círculo de Jericó” podría ser una maravillosa serie de televisión, si en este país existiese televisión. ¿Cómo reaccionan los productores cuando les sugieres tus proyectos?
  • Se asustan. Se asustan porque piensan que es muy caro. Están deformados por Expediente X. Yo les digo que hay otra forma de hacer ciencia ficción, barata, sin necesidad de grandes efectos especiales, sin necesidad de grandes movimientos de masas. Pero no lo tienen muy claro porque, no es que no lean ciencia ficción, es que en general los productores no leen nada de nada.
  • Parece una batalla muy difícil.
  • Parece una batalla perdida.

(julio 1997)

El tsunami en la DGT

La dimisión de María Seguí denota problemas enquistados en la DGT desde hace mucho tiempo. Que estos problemas sean múliples y de muy diversa naturaleza no significa que no sea posible encontrar quizá un elemento común: el hecho de que la DGT depende del Ministerio del Interior, cuando en realidad debería depender del Ministerio de Transporte, como sucede en prácticamente todos los países. Si pertenece al Ministerior del Interior es en buena parte porque la DGT es una subsección de la Guardia Civil, que ejerce un gran control sobre el organismo.